LA SUSONA

Tuvo que ocurrir en un barrio de leyendas en tiempo de los reyes católicos, en el año 1.481, en Sevilla, donde la Judería en sí es historia por su mitología, belleza, arte, embrujo y que a la vez enamora.

Como es sabido, en el siglo XIV, los Judíos y Moros eran mal vistos por los Cristianos, estos los perseguían, vejaban y hasta los mataban para así intentar acabar con aquella comunidad, que para ellos eran los causantes de todos los males existentes.

En la antigua calle de la muerte, junto a la popular Plaza de Doña Elvira, vivía un Judío converso, Diego Susón , banquero, que deseoso de venganza hacia la comunidad Cristiana, organizaba en su casa reuniones secretas con otros miembros de su ideología para montar una rebelión y así hacerse con toda la ciudad. Este importante banquero tenía una hija llamada Susana Ben Susón, que, por su belleza y hermosura, era el punto de mira de toda Sevilla. Todos los hombres de aquella época la intentaban cortejar, pero solo uno, un caballero Cristiano, de ilustre familia y nobles apellidos, consiguió que la hermosa hembra, ( como así le llamaban en la ciudad ) le concediera su atención y llegó a ser su amante.

La Susona esperaba todas las noches que su padre se acostara para salir al encuentro de su amante. Una de las noches, esperando en su alcoba, escuchó a su padre junto con sus amigos los Judíos como ultimaban los planes para llevar acabo la rebelión y asesinar a los principales caballeros de la ciudad, entre otros se encontraba su amante. El corazón se le dividió en aquel instante, ya que, en medio de toda la reyerta, se encontraba su padre y su galán. Pero después de meditar todo lo escuchado, y, una vez acostado su padre, salió al encuentro de su amante y no dudó en contarle toda la trama que los Judíos iban a poner en práctica para acabar con las principales personalidades de la capital. El caballero se puso de inmediato en contacto con el Asistente de la ciudad, Don Diego de Merlo, contándole toda la trama que tenían los Judíos. El asistente, con la ayuda de un grupo de alguaciles, fueron casa por casa de cada uno de los conspiradores para detenerlos y hacerle un juicio rápido. El tribunal los condenó a muerte, cumpliéndose la sentencia en la horca de Buenavista, en la zona de Tablada.

Susona, con la conciencia intranquila, se puso a reflexionar por lo que había hecho con su padre, le mandó a la muerte por salvar a su amante y el dolor no la dejaba vivir en paz. Los remordimientos le llevaron a la Santa Catedral para pedir confesión. Allí recibió consuelo espiritual y, por consejo del Arcipreste, se retiró a un convento donde permaneció varios años, hasta encontrar la paz interior. Más tarde, una vez fuera del convento, regresó a su casa donde llevo una vida cristiana y piadosa hasta su muerte.

Dejó testamento y al abrirlo, se podía leer una cláusula que decía: " Y PARA QUE SIRVA DE EJEMPLO A LAS JOVENES Y EN TESTIMONIO DE MI DESDICHA MANDO QUE, CUANDO HAYA MUERTO, SEPAREN LA CABEZA DE MI CUERPO Y SEA PUESTA, SUJETA CON UN CLAVO, SOBRE LA PUERTA DE MI CASA DONDE QUEDARA PARA SIEMPRE ". Así lo hicieron y cuentan que la cabeza estuvo colgada hasta casi la mitad del siglo XVII. La calle se le llamó de la muerte, donde todavía se puede ver en la entrada el azulejo que lleva su nombre y, en el año 1.845, se le cambió el nombre por la de Susona.

Sobre la puerta de la casa número 10 donde vivía, podemos ver un azulejo representando una calavera y en la fachada otro resumiendo la historia de amor que allí aconteció. El relato, que se inscribe en el azulejo, parece equivocado, ya que dice que por amor a su padre traicionó, entendiendo que se quiere decir por amor a su amante traicionó.

También se recuerda a la Susona en la glorieta de Mas y Prat, en el parque de María Luisa, donde un azulejo del prestigioso ceramista Enrique Orce, representa un dibujo de García Ramos, en el que se pude ver a la hermosa mujer.

Fuente: Leyendas de Sevilla                                                                                                     Sevilla a 30 de Enero de 2.018

Texto y Fotografías: José Peña Bernal                                                Publicado en boletín Zócalo el 12 de Enero de 2.014